viernes, 18 de diciembre de 2015

NUNCA ME IMPORTÓ FIORELLA

NUNCA ME IMPORTÓ FIORELLA (érase una vez de un cuentista violento)

Lo cierto es que nunca me importó Fiorella. Es decir, me gustaba verla caminar por mi  lado presurosa, sonriente, linda como ella misma en ese uniforme blanco y absurdo que yo también usaba, pero que en ella se veía tan bien; y caminaba con ese enorme queso que casi lograba hacerle perder el equilibrio, o con ese enorme jamón… La veía, claro que la veía, y mi corazón palpitaba a mil por hora al hacerlo; pero eso no significaba que ella me importase. Lo cierto, lo sincero… era que ella me importaba un comino. ¿O quizás no? ¡No, sí, sí era así!
Me gustaba verla porque era linda. Me gustaba que sonriera, porque tenía una linda sonrisa. Me gustaba que me viera, a veces, cuando de casualidad yo también la veía; me gustaba eso, claro, porque entonces podía pensar, ¡qué digo pensar!, ¡SOÑAR! Soñar con sus labios mojados, pegados a los míos… Sí, eso me gustaba. Me gustaba soñar y ella era un sueño. Me importaba el sueño, mas no ella. “El queso sí, el jamón no”.

Bueno, en fin, como les decía: nunca me importó Fiorela. Es por eso mismo que a veces escribía su nombre con doble “l”, o sea con “ll”, y otras simplemente con un solo palito. Y ya que hablamos de palitos, pues… ella era como uno cuando me la presentó mi jefe. Era como un “palito”, de eso hablo. ¿O como un fideito? Bueno, ¡la cosa es que era flaca la bonita! Tan flaca, que si mi amiga Josselyn, que juega “Qüiditch” mientras vuela en su escoba, la hubiese visto por aquellos días, aparte de atrapar por fin una “snitch”, se hubiera muerto de la envidia tantas veces, que del infierno o del paraíso la hubiesen botado igual de veces, por el berrinche que hiciera por esos lares su alma traviesa.

No me importaba ella, pero sí los pasos que daba o las huellas que dejaba. Era como una maldición todo aquello que se empavonaba a este hecho de ella y yo, mi desinterés, su
sonrisa y el queso que la hacía perder el equilibrio, a veces. Sí, como una maldición. Una maldición como la que sufrió “Platero”, el borrico más lindo que conocí, de pequeño, en palabras que cobraron forma: forma de “Platero”, claro, y de acero, y de borrico por supuesto. Atravesé con él mil parques y columpios, un montón de carpetas, un montón… de paseos por la iglesia. Pero cuando al fin pensé pasarlo todo con mi amigo inseparable…, mi amigo inseparable se separó de mí. Murió. Lo vi morir y “El Principito” también lo vio; muriendo él también, de pena. ¡Pobre Platero! ¡Pobre Principito! ¡Pobre de mí llorando por mi borrico! ¡Pobre rosa hermosa llorando a su príncipe!

En un país muy, muy pequeño dejaría mis temores, mis tonterías que saben a jamón y queso. No, Fiorella nunca me importó. No me importó antes porque me lograba poner muy nervioso; ni me importó, antes también, porque soñaba con sus labios húmedos junto a los míos.

Como sea, hoy comeré fideos. Me dijeron que los italianos son delgados porque comen solo eso… y bueno, yo estoy algo gordinflón. Fiorela como un palito y yo como miles de globos inflados con helio, volando por entre las nubes, sin rumbo fijo… Fiorella sube en mi canastilla, usando ese uniforme blanco y absurdo que yo también usaba; sube con “Platero” que devora un enorme jamón y un enorme queso que encontró tirado por ahí… “¡Accio escoba!”, se oye fuertemente desde lo alto de mí, que vuelo por los cielos, llevando a una mujer y un borrico… De pronto, desde el sitio que está debajo de las nubes aparece una escoba voladora. Un niño suicida con apariencia de príncipe salta desde el globo más lejano y se logra asir a dicha escoba. Es mi amigo “El Principito”. Me fijo en su bolsillo y veo que no anda solo: la rosa más hermosa del mundo lo acompaña. A mí me acompaña Fiorela, o Fiorella… Claro, me acompaña a mí, porque ya no la pueden acompañar ni el queso ni el jamón.


¡Bueno! Lo cierto es que ella nunca me importó, o me importó lo equivalente a un comino… Lo cierto también es que mi amiga Josselyn era muy mala como “buscadora” y por eso la sacaron de su equipo… ¿Lo cierto? Lo cierto es que te dedico este cuento como regalo… Lo cierto es que es solo un cuento y yo, yo te amo.  

EL BOSQUE DE LOS ESPEJOS (narrado por un cuentista violento)

EL BOSQUE DE LOS ESPEJOS

Alicia estaba muriendo. Tan pequeña..., tan frágil... ¡Qué importaba si un viejo como yo dejaba este mundo! A nadie le importaría eso. Pero ella de seguro alegraría la vida de muchos en el futuro. Mi niña merecía conocer de las cosas buenas que ofrece este mundo absurdo, y por eso yo, un simple anciano al que ella llamó amigo alguna vez, con esa dulce voz y sonriendo luego; yo, quien no era nada hasta el preciso instante en que crucé mi vida con la de ella, iría al “Bosque de los Espejos”.
Alicia había cruzado “La Línea” por Esmeralda, alguien a quien ni siquiera había conocido, alguien de quien solo había escuchado una historia en una fogata.
Esmeralda era mi Alicia de la juventud... No supe cuidarla y corrió hacia allá al ver un simple venado. ¡Un simple venado! ¡Un maldito venado! Yo debí estar más cerca. Le juré que nunca me apartaría de su lado y hace sesenta años que no la veo. ¡Soy un miserable! Un viejo cobarde que abandonó a su novia en un sitio donde se condenaría. “Reglas son reglas”, me decían una y otra vez los protectores de “La Línea”, luego de darme una paliza por semana por dos años seguidos. Para el tercer año ya no lo intenté más. Ya no la amaba tanto, quizás. Deben saber que el tiempo es el peor enemigo del amor. Del mismo modo lo es la distancia. Si a eso le suman que siempre supe lo que supo Esmeralda, o lo que sabía Alicia incluso ahora, sabrán que el “tiempo” y la “distancia”no son ni por asomo el peor enemigo del “amor”. Lo que hace menos rojo a un corazón, es el “miedo”. Ellas sabían, al igual que yo, que “La Línea” no era la única entrada al “Bosque de los Espejos”. Lo supe desde siempre y nunca fui a buscarla. Soy un miserable..., un maldito anciano repugnante. “¡Alicia no te mueras! Por favor... ¡Por favor!”.

Un arroyo, luego un camino angosto y pedroso que era el inicio de más y más caminos en ruinas. Luego una cueva. Ya dentro, espacios reducidos, sinuosos, donde constantemente oyes ecos de personas que no ves, y es posible nadie haya visto jamás. Sales de la cueva para toparte con una luz intensa. Siempre hay luz, ya sea de día o de noche...
Sí, ya estás dentro de aquel bosque maldito. Pero, no solo has entrado a un “bosque”. La entrada que elegiste es la de uno de sus “espejos”. De hecho, si lo que me habían contado era verdad, no se podía avanzar más allá en el bosque, si no entrabas a través de ellos... “El problema es que son muchos y no de todos te puedes fiar”, oí en mi cabeza en cierto tramo. Lo supe por Alicia que me habló en sueños mientras no dormía, mientras pensaba en ella con vehemencia. Mientras las sensaciones suicidas se acrecentaban cada vez con más fuerza. Lo dijo con la voz clara y dulce que oí de ella con regocijo, en ese breve tiempo que bastó para que la viera como lo más importante de este mundo y de cualquier otro que pudiera existir sin que nadie lo supiese. Ella no solo me habló en sueños que no eran sueños, sino que me mostró, además, el camino que había elegido... Su última elección de espejos fue errónea, y era por eso que se encontraba atrapada entre las ramas de un árbol que en realidad no lo era. Aquellas ramas le apretaban fuerte. Se desangraba lentamente. Pero yo iría hacia el bosque para ayudarla; iría con mi navaja de siempre y me equivocaría adrede en la elección de espejos. La hallaría... La rescataría para traerla de vuelta a casa. A una casa que no era suya, pero que podía serlo si ella así lo quería.
Una pregunta rondaba mi cabeza, mientras me dejaba llevar por mis pensamientos: “¿de dónde había venido Alicia?”. Ni bien me preguntaba aquello, surgieron otras preguntas a mi mente: “¿y sus padres?¿Acaso no la están buscando como yo?, ¿no preguntan por ella?”. Decidí no seguir haciéndome preguntas y seguir avanzando en el camino que ya tenía trazado. Avancé al “tercer espejo”, cuando al salir de él me topé con una realidad que no era solo verde. No solo existía en el bosque, animales silvestres, árboles y caminos... ¡Existía ciudades enteras con gente viviendo en ella! No quise mirar. Me dejé deslumbrar un solo un instante, para nuevamente seguir con el plan... No podía perder el tiempo tratando de entender lo que ocurría. No podía más que seguir corriendo donde debía... Pero, mi pasos no eran tan lentos. Mi cuerpo ya no estaba tan cansado y sentí esa sensación de poder conseguirlo todo. Era una sensación que pensé estaba extinta. Mi cuerpo perdía un año con cada pisada. Ya en determinado momento era joven nuevamente. No podía ver más que mis brazos descubiertos, que ahora ya no tenían esos lunares horribles, ni estaba mi piel tan reseca, ni lastimada; pero sabía que todo mi cuerpo había cambiado. Quise festejar, pero no tenía tiempo... Alicia no aguantaría mucho más. Debía... ¡seguir corriendo! A lo lejos pude distinguir el “cuarto espejo”. Corría hacia él con toda esta nueva-vieja energía que poseía, cuando oí mi nombre en un grito: “¡Bruno, detente!”, se oyó en aquel pedazo de bosque que no era un bosque. Era Esmeralda que venía corriendo hacia mí, hermosa como siempre... Estaba vestida del mismo modo que en mis recuerdos. Sí, era la misma Esmeralda que había abandonado hace sesenta años. La misma que había preferido obviar de mi vida por ser un maldito cobarde.

  • Bruno, ¡estás aquí! No es un sueño, ¿verdad?-preguntó Esmeralda en voz de susurro, mientras me abrazaba, dejando caer algunas lágrimas en mi nuca.
  • Tal vez sí lo sea. Si lo fuese, todo tendría sentido.-le respondí, enviciándome del aroma de su cabellera larga y hermosa, con fragancia de duraznos.
  • Sé a qué has venido. Si atraviesas el cuarto espejo nunca regresarás... Nadie lo ha hecho antes.
  • Aunque eso sea cierto, debo ir.
  • ¡Por qué! ¡Puedes empezar una nueva vida acá! Sé que es una pobre niña, pero ya no puedes hacer nada por ella... Y, no tienes que empezar esa nueva vida solo... Yo aún te amo. Fuiste y eres el único hombre que he amado siempre.

Recorro su bello rostro con mis manos como lo hiciera alguna vez. Mis manos lo recuerdan. La beso con pasión. Luego, interrumpo mi felicidad para nuevamente hablar.

  • Lo siento, no puedo hacerle esto nuevamente a la persona que más amo. Lo hice una vez, y no pasé un día sin pensar en morir.

Alejo los brazos de Esmeralda de mí, ocultando mi vista de ella al hacerlo. Saco de uno de mis bolsillos la navaja que dejaría libre a la pequeña. Corro desesperadamente hacia Alicia que se desangra cada vez más. Al fin una de mis piernas atraviesa el “cuarto espejo”. Siento como, al hacerlo, mi cuerpo envejece nuevamente. No la veo. A decir verdad no veo nada. Ni árboles que no son árboles, ni Alicias, ni caminos. Solo “nada”. Pasaron así varas horas cuando la misma voz que oí en sueños que no eran sueños, me dijo: “al fin llegaste”.

  • Esmeralda te ama, Bruno. -afirmó Alicia, luego de su saludo de recibimiento.
  • ¡Alicia, dónde estás! -exclamé, intentando descifrar la dirección de su voz.
  • Ella me pidió que te trajera. Me dijo que sería difícil lograrlo, ya que eras un cobarde y un mentiroso. Pero lo conseguí, ¿no? Estás aquí. Pero para tu mala suerte, llegaste tarde: Alicia ya no existe.
  • ¿Qué ocurre Alicia? No entiendo. ¡No entiendo!

De la “nada”, que no es oscura ni blanca, que es quizás incolora, surge una imagen... No hay suelo, ni hay caminos siquiera, pero se oyen pasos... Pisadas con escasos rastros de sonido. Me emociono al pensar que es Alicia viniendo hacia a mí. Casi entiendo a dicha i
magen como suya, cuando aparece nuevamente frente a mí, Esmeralda.

  • ¿Qué es lo que no entiendes, anciano decrépito? Yo soy Alicia. ¡Hasta un niño ya lo habría pillado! ¿Acaso pensabas que eras el único que sabe mentir? Esperé sesenta años a que llegaras. Tenía mucho miedo. ¡Dónde estabas entonces, maldito cobarde! ¡Dónde!-grita Esmeralda, con todas sus fuerzas. Luego, rompe en llanto mientras coge sus rodillas con sus manos.
  • ¡Muerto! ¡Estaba muerto! -exclamo con mi ahogada voz de anciano de siempre. Evito mirarla para no pensar en abrazarla, ni sentir su piel cerca a la mía.

Aparece un espejo enorme detrás suyo; lo sé sin mirarlo. Lo sé porque su resplandor es intenso. Nos quedamos en silencio hasta que ya no lo estamos. Una luz nos rodea y de pronto estamos allí en cualquier parte.

El “quinto espejo” es mejor que el tercero. En él soy joven una vez más y tengo la novia más bella del mundo. En él soy un anciano y tengo una pequeña amiga que me acompaña cuando armo una fogata. En él no pienso en morir, sino que vivo intensamente sin “miedos”, ni “mentiras”.



FIN